El Camino de Santiago
Los primeros peregrinos, en el siglo XI, acudían sólo desde el interior de los reinos de Galicia y Asturias. Pero, con una rapidez sorprendente, empieza Compostela a atraer viajeros y peregrinos de otros reinos cristianos, incluso de más allá de nuestras fronteras. El primero, cuyo nombre conocemos, es francés, Godescalc, obispo de Puy, que llegó a Compostela en el año 951. La afluencia de peregrinos comienza ya a ser grande y, antes de terminar ese siglo, es necesario organizar el hospedaje, que empieza a hacerse en los monasterios: San Martín de Albelda, San Millán de la Cogolla, San Juan de la Peña, Samos, Sobrado...
Son muchas las causas y los motivos que aducen los historiadores para explicar la fiebre de los francos por atravesar los Pirineos. Para algunos son motivos políticos. El papado y Cluny estaban decididos, por razones de propia seguridad, a ayudar a los reinos del norte de España, haciendo así más remota la posibilidad de una invasión musulmana. Motivos de curiosidad y afán de aventuras. Muchas veces son intereses comerciales o intercambios culturales. Algunas veces, también, afán de rapiña y explotación de los desamparados caminantes. Pero no cabe duda de que, en casi todos los casos, subyace el motivo religioso. La peregrinación era en la Edad Media un símbolo de la vida del cristiano, un caminar inseguro hacia la morada eterna.
Los caballeros del siglo XV venían para participar en torneos y conocer otras tierras, aunque siempre haciendo gala de piedad. Y no son sólo los francos. Italianos como Giordano de Ribalta, que se jactaba de haber estado tres veces en Roma y cuatro en Santiago. Jean van Eyck, el pintor holandés que representó en su Anunciación el interior de la catedral. John Goodyear el inglés, que donó un precioso alabastro al tesoro compostelano, o aquellos cuatro barcos de alemanes que partieron del puerto de Hamburgo por un insólito Camino de Santiago marino. Todos ellos antes de terminar el siglo XV. Todos para venerar los restos del discípulo de Cristo y dar el ritual abrazo al Apóstol.
Uno de los más famosos y conocidos peregrinos medievales de Compostela es el francés Aymeric Picaud, monje de la localidad francesa de Poitou. Su fama le viene por haber escrito una crónica de su viaje, hacia el año 1130, minuciosa y detallada, con un sinfín de consejos y recomendaciones para los caminantes. Esta crónica, con el título de Guía del Peregrino de Santiago de Compostela, está recogida en uno de los más preciosos documentos que se conservan en la biblioteca de la catedral compostelana: El Códice Calixtino. A esta Guía del Peregrino, es obligado hacer continua referencia siempre que se habla del antiguo Camino Francés.
La Guía del Camino de Santiago, de Aymeric Picaud, lo dice con claridad francesa: “Hay cuatro rutas que llevan a Santiago y se reúnen en una sola en Puente la Reina, en territorio español, a partir de allí un solo camino conduce a Santiago”. De Arles, cerca de Marsella, partía la primera, la única que atravesaba los Pirineos por Somport. De París, Vézélay y Le Puy partían las otras tres, que entraban en Navarra por Roncesvalles. Estos eran los clásicos caminos por los que discurrían intermitentemente los peregrinos de Compostela.
Buen calzado, ropa corta y esclavina. Bastón para apoyo y defensa. Calabaza para el agua o el vino. Un pequeño saco y un sombrero de ala ancha. Todo ello configura la típica estampa del peregrino desde la Edad Media. La concha de “vieira”, que ya aparece en los caminantes de la mitología pagana, es el principal recuerdo que traen los peregrinos de Galicia, en cuyas costas abunda este molusco. Luego se cose al sombrero, al saco y a la esclavina, hasta convertirse en el emblema y en salvoconducto del peregrino. En Santiago existía el barrio de los Concheiros, que aún conserva este nombre. Era donde se vendían las conchas de vieira, o sus imitaciones en metal, con un monopolio otorgado por el Arzobispo y ratificado por los papas.
Antes era por cumplimiento de un voto, para librarse de una penitencia, para cumplir el deseo de un difunto, incluso por imposición judicial. Hoy es más frecuente hacerlo para revivir nuestro pasado, descubrir nuestra cultura y nuestra historia, admirar la armonía del románico o, simplemente, para recrearse en la contemplación de los paisajes de la Tierra de Santiago.
En tiempos pasados, al regresar de Compostela, se ofrecía el vestido, con todo el equipo de viaje, a algún santuario o se reservaba para asistir a las procesiones vestido con él. Ahora del Camino de Santiago se guardan álbumes de fotos, una concha de vieira, un botafumeiro de plata y, pero sobre todo, un recuerdo inolvidable de todo lo que se vio y se vivió.
Texto: Xosé Luís Laredo Verdejo
Imagen: Turismo de Galicia